Me llamo Enrique Alonso, tengo treinta y dos años, estoy en el tercer curso de Seminario y sueño con ordenarme sacerdote.

En el 2012 me licencié en Química General en la Universidad de Santiago de Compostela y posteriormente realicé un Máster sobre <<la evaluación y el seguimiento ambiental de ecosistemas marinos y costeros>> en la Universidad Politécnica de Valencia, tras el que me concedieron una beca de investigación en el extranjero. Estuve casi dos años trabajando en las Antillas Holandesas y finalmente retorné a Galicia.

De algo de lo que no me enorgullezco pero que así ha sucedido, es que la mayor parte de mi vida estuve alejado de la Iglesia hasta que dicha estancia en el Caribe, me dio la posibilidad de entrar en contacto con personas locales de Bonaire, en concreto con una familia católica, la cual me acogió como uno más; me mostraron los valores cristianos y enseñaron a vivir como tal; a su lado verdaderamente crecí, y lo poco que soy, a ellos se lo debo.

Tampoco puedo menospreciar la labor de mis padres que han cumplido sembrando en mi la semilla de la fe con el bautismo, la cual, germinando, forjó inquietudes espirituales y dio fruto tras el regreso a mi tierra. A partir de entonces, la Providencia puso en mi camino un sacerdote que acabó con los prejuicios de mi cabeza y me acercó de nuevo al Señor. Tras años sin un rumbo estable, por fin comencé a orientar mi vida descubriendo el horizonte que hoy persigo y por el cual todo lo he dejado: la vida sacerdotal.

Esta vida consiste en el desprendimiento absoluto de uno mismo para dedicarse enteramente a los demás; implica renuncia, sí, pero con la que se gana; implica no ser, para ser con los demás; implica servicio a los que más lo necesitan; implica comunión con los hermanos y con Dios… La vida sacerdotal es un peregrinaje en este mundo, en el que no se trata de empezar ni de acabar algo, sino de acoger con gratitud la misión que el Señor nos encomienda. Es cierto que, hacer presente el Reino de Dios debe ser el cometido de todo cristiano, pero de una manera en especial, del sacerdote, quien con su vida y ejemplo debe mostrar el verdadero camino hacia Él.

Para terminar, quiero pedir perdón por los años de incredulidad y aunque tarde le amé, gracias le doy por dejarse descubrir en todas esas personas que pasaron por mi vida y que me han ayudado a estar, hoy en día, en este lugar, especialmente mis padres, que día tras día, con su cercanía y cariño, se alegran conmigo y me apoyan en la decisión. Puedo decir que soy feliz y que ojalá algún día, tras este periodo de formación y crecimiento personal, intelectual, y espiritual, consiga con la Gracia de Dios acercar las almas a Él, así como lo han hecho conmigo.

Por eso, en último lugar y no por ello menos importante, agradecer a Nuestra Santísima Madre el respaldo y la proximidad que me ha mostrado durante todo este trayecto, y pedirle, como dice la oración de San Manuel González:

<< ¡Madre querida!… ¡Que no nos cansemos!
Firmes, decididos, alentados, sonrientes
siempre, con los ojos de la cara fijos en
el prójimo y en sus necesidades, para
socorrerlos, y con los ojos del alma fijos en
el Corazón de Jesús que está en el Sagrario,
ocupemos nuestro puesto, el que a cada uno
nos ha señalado Dios. ¡Nada de volver la
cara atrás! ¡Nada de cruzarse de brazos!
¡Nada de estériles lamentos! Mientras nos
quede una gota de sangre que derramar,
unas monedas que repartir, un poco de
energía que gastar, una palabra que decir,
un aliento de nuestro corazón, un poco de
fuerza en nuestras manos o en nuestros
pies, que puedan servir para dar gloria a Él y
a Ti y para hacer un poco de bien a nuestros
hermanos. ¡Madre mía… morir antes que
cansarnos! >>.